Ya casi desvanecida en el tiempo y en mi memoria estaba una inscripción que hice en 2020, en tiempos de pandemia. Como todos recordamos, el mundo se paralizó y con ello, la competición. Nos dieron un plazo de 3 años para poder volver a participar. Sin quererlo, habíamos consumido dicho tiempo. No tenía escusa. Tenía que ir al TOR DES GEANTS.
Tenía todo un verano por delante para mentalizarme y sobre todo, para entrenar. Pasó el tiempo y al final de la época estival, seguía sin ser consciente de donde me metía y la acumulación de kilómetros había sido más bien escasa. Como el que va a una 10k, yo partía hacia los Alpes...
Una vez en tierra italianas, con mi compañero Rober, estábamos a escasas horas de afrontar 330 kilómetros por el valle de Aosta. Para completar esta aventura tendremos 150 horas.
No suelo ser una persona que se ponga nerviosa. Aquí tampoco, igual por la ignorancia en la que me hallaba. Con esa venda en los ojos empezó la carrera. Aquí las bolsas de vida son cada 50 kilómetros y entre medio tienes diferentes avituallamiento donde comer o dormir. Vallamos por partes:
Courmayeur - Valgrisenche (48km 3750 D+)
Arrancamos recorriendo las calles del pueblo entre multitud de aplausos y sonidos de cencerros. Ya casi sin darnos cuenta, afrontamos la primera subida. 1500 metros de desnivel positivo para abrir boca. Más que cualquier subida que haya entrenado este verano. ¡Empezamos bien!
Debido al buen tiempo y la frescura de piernas, hago cumbre asombrado por la exigencia pero cómodo. Bajamos hasta la Thulie y enseguida vuelve el ascenso. Tras 1400 metros de desnivel, coronas ColPasso Alto (2856m). Esto se pone serio.
Tras un empinado descenso de 2km y 500 D-, aparece un cartel de información sobre la próxima subida: Col de la Crosalie, 550 D+. -¡Que bien en comparación a los otros dos! ¡Un respiro! - Pienso ingenuamente. Nada más empezar ya se intuyen unas zetas interminables. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, esto no se acaba. No sé si la información estaba mal o se me está empezando a atragantar la cosa.
Al hacer cumbre, toca ponerse el dorsal y sin más dilación, vamos hacia la primera base de vida. Desde Planaval hay un pequeño tramo donde disfruto por primera vez. Varios kilómetros por un bosque paralelo al río donde trotar tranquilamente y mentalizarse de lo que está pasando y lo que queda por pasar...
Valgrisenche - Cogne (54km 4137 D+)
En la base de vida nos lo tomamos con relativa calma, comemos bien, llamamos a España y abrigarnos un poco, solo añado unos manguitos. Además, cojo los bastones que tenía guardados en la bolsa. Nunca uso pero en esta aventura es más que obligatorio si no quieres morir en el intento.
Siguiente destino: Col Fenetre (2843m). Poco a poco vamos ascendiendo. Ya me he mentalizado que me tengo que ir acostumbrando a que los desniveles superen los 1000 metros. Siempre asociamos esta faceta a lo duro en una carrera de montaña. Discrepo. Una vez coronado el punto más alto, nos toca afrontar 5 kilómetros de vertiginosa bajada, descendiendo 1200 metros. ¡Esto si que es duro! Un "rompepiernas" donde las rodillas piden clemencia. Las bajadas no son muy técnicas pero son tan empinadas que parece que el tiempo se congele. No avanzas.
Llegamos a Rhemes-Notre Dame por pura inercia, plato de pasta y a seguir en modo bucle. otros 1200 D+ hasta Col Entrelor (3004m). En este tramo empiezan mis primeros momentos de frustración. ¡Esto no se acaba nunca! ¡No puedo más! Además, por la noche se magnifica. Debido a la oscuridad, no ves lo que queda pero si lo intuyes. Ves la luz de los frontales a lo lejos...muy a lo lejos y aún hace más dura la subida.
Postureo pero triste
Último tramo, piedras, agarres de vía ferrata y al fin, la cima. Nada más coronar veo a una compañera vomitando por el esfuerzo. No me extraña. Afrontamos la bajada con el mayor de los desagrados. Lo estoy pasando muy mal. Ahora mismo todo es negativo. Llego a Eaux Rousses (78km) con la firme convicción de abandonar. Tengo una discusión conmigo mismo y decido parar a dormir.
Mi primera impresión es surrealista total. Una carpa con 10 camillas ocupadas por atletas o cadáveres, no me quedó muy claro. Esperé a que alguien se levantase y allí que me tumbé yo. Tapones, cinta en los ojos y a dormir una hora. Mis divagaciones no me permiten conciliar el sueño y a los 40 minutos salí de aquel lugar. Por lo menos mis piernas habrán descansado.
Ahora tocaba ir al punto más alto de la carrera: Col Loson (3294m). 12 kilómetros en los que los primeros los voy haciendo muy cómodo siguiendo a un inquietante corredor que se llama Giorgio Maquiavelo. Por mi parte, había recuperado alegría y fuerzas. Incluso las ganas de estar aquí. Llegamos a una zona donde hay unas casas forestales y al girar descubrimos un valle que me deja enamorado. ¡Que hermosura! estos paisajes son otro nivel. Recalcar que llevamos 90km y 9000 D+. Una autentica barbaridad.
Según nos acercamos a la cima, la cosa se complica. Llegados a un punto pedregoso me encuentro con unos voluntarios y una corredora en el suelo. Se había producido un derrumbe y estaba afectada. Le había dañado la pierna. Mientras sigo avanzando, llegó el helicóptero de rescate que se las vio y las deseo para poder acceder al lugar. Al final todo salió bien.
Descenso muy fácil hasta el refugioVittorio Sella donde me encuentro a mi compañero Rober. Decidimos afrontar la bajada juntos hasta la siguiente base de vida. En cuanto el terreno se complica, se me escapa. Rocas gigantes con las que soñaré varios días que me van mermando la moral. Ahora si que si. Decido abandonar. Vale la broma. Llamo a mi novia para contárselo. Como ya me conoce lo dramático que soy, me anima a que me duche, descanse y que después de todo eso, vuelva a preguntarme si quiero abandonar...
Cogne - Donnas (47km 1383 D+)
Como alumno aplicado que soy, hago todo lo que me dice menos dormir. Intento hacerlo pero no lo consigo. Mi mente no está por la labor. Salgo del camastro, aviso a Rober y emprendemos la marcha. Lo de abandonar lo dejamos para más adelante.
Los primeros kilómetros van pasando amenos mientras conversamos. Rober y yo nos complementamos bien. Hablamos pero lo justo, sin agobios. Todo fluye. Se va acercando el anochecer antes de afrontar la subida al Col Finestra di Champorcher (2826m)
Nos ponemos el frontal y esperamos comer algo en el refugioSogno pero para nuestra sorpresa, está cerrado. Tiro de barrita y para arriba. Inesperadamente, este ascenso lo disfruto. ¡La primera vez! Algo está cambiando en mi interior. Empezamos a descender y nos vuelve a pasar lo mismo. El refugioMiserin también está cerrado y eso no ayuda psicológicamente. Por fin llegamos a Dondena (125km). Aquí Rober se para a dormir. Yo me noto fresco y opto por seguir.
Nuestros víveres apilados...
Me pongo los cascos y acompañado de música, hago el descenso con una sensación de plenitud inmensa. ¡Me alegro de estar aquí! Los estados de ánimo en el Tor des Geants son igual de inestables como el perfil de carrera. Voy por una zona de praderas con gigantes piedras que me recuerda a Castroviejo, cerca de mi pueblo Vinuesa. Todo esto, mientras suena en mis oídos "America" de Nino Bravo. ¡Un momento tan mágico como peculiar!
El descenso de 20 kilómetros hasta Donnas del que tan mal me habían hablado, yo lo estoy disfrutando. Es más, echo en falta que fuera de día. Yo soy un enamorado de recorrer pueblecitos y en esta zona atravesamos varios, tanto habitados como abandonados. No los puedo degustar en todo su esplendor. Llegamos a Pont Bosset (140km). Hasta ahora le doy mi premio a pueblo favorito. ¡Que bonito! Antes de llegar a la base de vida tendrás un repecho que te pilla de sorpresa y una empinada y bonita calle que recorrer de principio a fin en la localidad de Bard.
Donnas - Gressoney (51km 4584D+)
Llego a la base de vida sobre las 5 de la mañana. Decido dormir y ya salir cuando sea de día. Otra vez no lo consigo. El calor no me deja esta vez. Aprovecho el tiempo en curarme un poco los pies y cambiar de zapatillas. Me encuentro a Rober, lleva un vía crucis con las ampollas y está curándole la podóloga.
El siguiente tramo donde nos mete la organización es un bello ascenso donde subirás entre 100 y un millón de escaleras de piedra, no me acuerdo muy bien. Entre medias, pasas por el avituallamiento de Perloz (156km) donde degustar zumo de naranja natural y por otras pequeñas localidades de cuyo nombre no me acuerdo. Todas ellas acondicionadas con fuentes gigantes. en esta zona tienen el agua por castigo. Hay más fuentes que personas. En cada una de ellas voy echando tragos que sacian mi sed. El calor es asfisiante.
Vamos dejando las casas atrás pero seguimos subiendo, ahora solo por naturaleza hasta el Refugio de Coda (167km). En 18 kilómetros hemos subido 2800 metros de desnivel. ¡Nada más!
Semejante esfuerzo lo curamos a base de pizza y focaccia. Aquí la manera de olvidar las penas es gracias a los avituallamientos. Pasta, queso, embutido, dulces y caldo se encargan de ello.
Destrozado pero contento
Seguimos nuestro camino y mientras deambulamos por una zona muy irregular, nos empieza a llover. Toca sacar el chubasquero. El tramo en que nos encontramos no es nada agradable. La lluvia tampoco ayuda. Llego al refugio de Barma bajo de moral. Decido dormir una hora. Es la primera vez que soy consciente de haber dormido, aún con todo, me levanto antes de tiempo. Salgo al salón y ahí está Rober. Me tomo un plato de polenta que me maravilla, al igual que el refugio. Mi favorito hasta ahora. Nos abrigamos y salimos pese a la lluvia, no queda otra...
A partir de este momento y según va cayendo la noche, el infierno se acerca. La oscuridad se cierne sobre mi. Pese a nuestros intentos de llegar a tiempo, con caída incluida, nos tenemos que poner el frontal antes de llegar al avituallamiento del Lago Chiaro. Degustamos unos embutidos que son de otro nivel. Rober y yo damos buena cuenta de ello dejando los platos bien relucientes. Aquí la jefa es la señora Antonia, una pena no coincidir justo en uno de sus famosos platos.
Al salir empieza la penitencia. Este tramo se nos hace eterno. No llegas a hacer grandes desniveles pero es un terreno muy poco agradecido. No te permite avanzar. Todo lleno de rocas resbaladizas. Le tenemos que sumar el frío y la intensidad de la noche. Para más inri, mi compañero se está quedando literalmente dormido mientras corremos. En una de esas desconexiones cerebrales, se tropezó y acabó su cuerpo en el suelo y su bastón en unos matorrales. Nos preocupamos, mejor descansar cinco minutos aunque sea en un piedra.
Se acabó el descanso, seguimos con ganas de que aparezca el avituallamiento pero éste no aparece. Vueltas y vueltas y nada. Vemos unas luces a lo lejos pero no es. Yo ya no se si son alucinaciones, mala hostia o ganas de acabar con todo. Después de mucho jurar al vacío, llegamos a Niel (191km). Descalabro total. Si pudiera, hubiera abandonado aquí mismo. Otra vez más. Pedimos dormir 2 horas y nos llevan a una tienda de campaña. Todo muy bien organizado pero lo único que consigo hacer es dar vueltas en el camastro. Envidio aquellos que roncan plácidamente.
Salimos con más pena que gloria hacia la siguiente base de vida. Mientras ascendemos al Colle Lazoney (2394m) nos empieza a llover un poco. A los minutos la lluvia es más intensa y a lo que nos queremos dar cuenta, estamos empapados y tiritando de frío. Corremos lo más rápido posible para llegar al siguiente refugio. Desesperación. Al final, divisamos una luz a lo lejos. Es el avituallamiento de Ober Loo. Entramos y eso parece "Salvar al soldado Ryan". Soldados envueltos en mantas. Otros dormidos sobre la mesa. Los más inquietos, abrazando un tazón de caldo. Todo esto en un silencio implacable.
Nos hacemos un hueco entre ellos y esperamos las palabras mágicas: - ¡Ha dejado de llover! -. Nos abrigamos con lo seco que nos queda en la mochila y partimos hasta Gressoney (204km). Hemos sobrevivido.
Gressoney - Valtournenche (36km 2749 D+)
Hemos sobrepasado el kilómetro 200 y toca un merecido descanso. Ducha y a la cama. Aprovechando que voy a descansar en una colchoneta gigante de escalada, opto por no ponerme despertador. Que mi cuerpo desconecte lo que necesite
Pasadas 2 horas empiezo a remolonear. Mi mente pide movimiento. Me reclino. Parece que mi cuerpo no opina lo mismo pero obedece a regañadientes. Guardo todo en la bolsa. A estas alturas es una tarea harta complicada. Como algo y 5 horas después salgo a la calle.
Voy andando tranquilamente por las calles del pueblo. Una larga recta de 2 kilómetros. Fantaseo con una frase que me dijo Rober: -Si sales de Gressoney, acabas seguro -. Cuando la carretera se inclina empiezo a notar algo raro. Que ligero que voy...¡Los bastones! Pues nada, vuelta a la base de vida. Lo peor de todo, no será la última vez...
Nuestro hotel 5 estrellas...
Pese al contratiempo, me siento lleno de energía. Subo Alpenzu feliz de la vida. Siguiente parada: Col Pinter (2781m). Subimos bajo una ligera lluvia pero no me importa. Estoy disfrutando. Parece que pasar los 200km me ha cambiado el chip. Me prometo a mi mismo no volver a quejarme sin una razón de peso. La ascensión se me hace muy amena. ¡Incluso la bajada! Hay una zona complicada de cuerdas, piedras y bastante expuesto. Me parece hasta divertido.
Seguimos bajando por verdes praderas y atravesando pueblos que apunto en mi memoria para volver algún día. En un momento dado, me encuentro el camino ocupado por ganado. Espero pacientemente a que pasen mientras un hombre me instiga a que cruce, que no pasa nada. Todo esto, mientras 2 toros intentar montar a sus respectivas compañeras. No sé. Decido esperar.
Llegamos a Champoluc (220km). Reponemos los víveres y seguimos la ascensión. Es sorprendente lo bien que me encuentro. Llegó al refugio Grand Tournalin (2551m). Hago sonar los cencerros bajo una inmensa sonrisa. A la salida toca volver a ponerse el frontal. En este tramo podemos coleccionar varias cimas sin apenas esfuerzo (Col de Nannaz y Col des Fontaines) y seguidamente a por la penúltima base de vida.
Valotournenche - Ollomont (47km 3404 D+)
Llego bastante entero pero decido dormir. Es la tercera noche y habré dormido solo 4 horas. Me tumbo en los odiados camastros. La historia se vuelve a repetir. No consigo dormir. Salgo cabizbajo y retoma la marcha. Veo a Rober, será nuestro último encuentro...
Mientras avanzo, estoy pensando en la falta de sueño que llevo. Me pregunto si me puede repercutir mucho. Creo un drama donde no lo hay y al llegar al refugio de Barmasse (242km) solo pienso en dormir. Dos horas por favor. Paso un poco de frío pero descanso bien. Es la primera vez que me llama el voluntario sin adelantarme yo a la hora propuesta. ¡Que alegría!
Salgo con energías renovadas pero enseguida vuelve el drama. Esta vez real. Me entra un sueño atroz. Busco soluciones. Me pongo música, canto, salto, me doy bofetadas pero nada funciona. Diviso el avituallamiento Bivacco Vareton. Veo la luz. Pienso que ayudará a espabilarme. Nada más lejos de la realidad. Emprendo la marcha y a los minutos vuelve Morfeo a por mi. Para colmo, voy bordeando un desfiladero. Noto que las rodillas ya no responden. Se bloquean. Piden clemencia. Me asusto y me siento en una piedra. Formo un ovillo con mi cuerpo y cierro los ojos. Dejo la luz del frontal encendida a modo de alarma. Al poco tiempo ,no sé cuanto pasó, abro los ojos y me levanto. Hemos conseguido recargar la batería corporal un porcentaje pequeño pero suficiente para continuar.
Con sueño pero contento
El esperado amanecer llega. Seguimos avanzando pensando en dormir. El refugio la Magia lo desecho ya que las camas están en el mismo comedor. Tendremos que esperar al siguiente. Entre medias y con el sol a pleno rendimiento, decido echar otra "minisiesta". Esta vez sin temer por mi vida, me tumbo en una pradera.
Repuesto de nuevo, empiezo el ascenso. Me veo muy fuerte pero al llegar al refugio Di Cuney (2655m) opto por dormir una hora. Voy a ser precavido. El sitio me parece espectacular y consigo descansar algo. Punto positivo para este refugio.
En el siguiente tramo coronarás Col de Chabaly (2684m) y Col de Vessonaz (2787m). Para ser sincero, no tengo gran recuerdo de esta zona. Poco más puedo aportar.
En Oyace (273km) descanso cuerpo pero no mente. Me tumbo para dar un respiro a mis maltrechas rodillas antes de afrontar la penúltima gran subida al Col Brison (2519m). Esto me anima. Casi lo hemos conseguido.
Pese a la lluvia, asciendo con entusiasmo y la bajada con calma total. No es el momento de una torcedura inesperada. Sigo avanzando siguiendo las balizas y al llegar a un poblado, las marcas desaparecen. Me he perdido. Doy vueltas por todos lados y ni rastro de señales hasta que al fondo de un sendero veo un conjunto de banderines. Llego y para sorpresa, hay hacia las dos direcciones. ¿Qué hago? Tengo miedo de haberme saltado un punto de control. Ante la duda de si subir o bajar, mi cuerpo lo tiene claro. Opto por las señales que me hacen descender. Por fortuna, a los pocos minutos llego a Berrio Damon (285km) Les cuento mi altercado. Me dicen que las culpables son las vacas. Se ve que se cansan de su dieta única en hierba y de vez en cuando se les antoja comerse unos banderines.
Ollomont - Courmayer (47km 2905 D+)
Después del tenso final, llego a Ollomont y paro a descansar. 1 hora. Como ya es habitual, se vuelve a repetir la situación y los camastros no me dejan conciliar el sueño. Salgo al comedor y como si de un restaurante se tratase, elijo mi plato favorito sobre un menú de 10 opciones: "Pasta al pomodoro".
Salgo del pabellón con más pena que gloria. Hace frío y tengo sueño. Empezamos a ascender por una pista muy cómoda. Se avanza rápido. Enseguida un cruce brusco a la izquierda y el desnivel se encrudece. Hay que tirar de riñón hasta llegar al refugio Letey Champillon (290km) Pregunto sobre el siguiente punto donde poder dormir y me dicen que son 15 kilómetros. Los sopeso más o menos 30 segundos y pido descansar una hora. No antes sin degustar el mejor "brodo" de la carrera. Premio a los voluntarios más simpáticos.
A la hora me levanto pero oigo un ruido intenso que proviene del exterior. ¡Está lloviendo a cantaros! Me vuelvo a la cama hasta que dejo de escucharlo. He dormido mas o menos mal, lo esperado pero toca seguir, otro compañero está solicitando cama y es hora de dar el relevo.
Empieza la subida bajo una intensa oscuridad. Delante de mi hay un corredor francés. Me pregunta si se hablar su idioma. Le contesto con una negativa. Le llego a entender que le da igual que yo solo hable así no se duerme. Y así pasaron los siguientes minutos, yo hablando español, el francés. No nos enteramos de nada pero combatimos el sueño.
Achicharrado pero contento
Me da pena y me siento medio culpable pero es que el compañero va muy lento y al final el que me estoy durmiendo soy yo. Para combatirlo decido correr, es un terreno propicio y hay que aprovechar. Para darle más epicidad a mi huida, empieza a caer una intensa lluvia. Le sumamos la niebla y la visibilidad es nula. No se ve más allá de un metro. A donde llega la luz del frontal.
Se hace interminable la bajada y el frío empieza a ser importante hasta que por fin llego a Ponteille (297km). Abro la puerta y hay 4 voluntarios mayores en su salsa. Haciendo salchichas, gambas, patatas asadas. Se les ve felices. No me da la misma impresión los corredores. Todos mojados, con mantas y dormidos sobre las mesas. Se les ve derrotados. Interesante mezcla.
Yo me uno a los segundos. Me escondo bajo una manta y dejo pasar los minutos. Mente en blanco y desconexión. Es mejor no pensar en la situación. Cuando amaina la lluvia, salgo al exterior y a seguir la marcha. Empieza un descenso por pista muy rápido. Se intuye que es muy cómodo pero el agua no ayuda. Yo creo que la noche sumado a la concentración que debes llevar para no caerte, provoca somnolencia en el cuerpo humano. Todos, incluido yo, nos vamos quedando dormidos mientras corremos. Algunos prefieren sentarse en un ribazo pese a seguir lloviendo. Yo me dejo llevar por la inercia de la bajada.
Llegamos a Saint Rhemy (305km) y pido dormir una hora. Espero que la última en esta aventura. Me llevan a los sótanos de una iglesia y me dejan ahí frente a mi camastro. Esta vez es más grande. Me tumbo y lo siguiente que recuerdo es el voluntario llamándome. ¡He conseguido dormir bien! Por lo menos me voy con un buen sabor de boca.
Toca afrontar la última ascensión, el mítico Col Malatra (2920m). Debido al frío, lo empiezo con toda la ropa puesta, chubasquero, pantalón impermeable y térmica pero a los pocos minutos ya me sobra todo. Es de día y eso se nota. Me desnudo y en busca del Refugio Frassati (316km). la Hora dormida a pleno rendimiento me ha sentado fenomenal. Subo con una alegría inusitada pese a mis 300 kilómetros en las piernas. Voy adelantando corredores gracias a mi ascenso trotón. No muy rápido pero constante.
Llegamos al refugio, reponemos un poco y enseguida emprendo el camino. Solo me quedan 2 kilómetros para hacer cumbre. Se está poniendo niebla. No se puede contemplar las vistas privilegiadas en las que nos debemos hallar. Metros antes de llegar, se oyen aplausos, levanto la mirada y ahí están, junto al voluntario, unas bonitas cuerdas donde agarrarte. Son el preámbulo antes de coronar el último escollo. Ahora dicen que es todo bajar hasta meta...
La niebla no deja ver el valle que tenemos enfrente. Solo tienes la opción de agachar la mirada fija al suelo y descender. En tu mente ya piensas que lo tienes, solo es dejarte llevar, sin ningún tipo de prisa hasta el avituallamiento de Entre Deux Sauts (322km). Cojo mi último trozo de queso y salgo a paso relajado.
Mientras divago en todo lo vivido durante estos 5 días me empiezan a adelantar corredores. De repente les ha entrado las prisas. ¿No tienen suficiente ya? Me siento mal. No voy a ser el único en andar. Me pongo a correr como si no hubiera un mañana, persiguiéndoles. Vamos bordeando una montaña en un continuo sube y baja. Nada exigente pero a estas alturas parece el Tourmalet. Hay un momento dado que ya se me empieza a hacer bola. Saco la bandera blanca y me pongo a andar hasta llegar hasta el último, ahora si, avituallamiento.
Ya solo queda bajar. Trote suave pero con mucho cuidado. No la podemos liar ahora. Mientras desciendo empiezo a oír unos gritos a mi espalda. Efectivamente, me había vuelto a dejar los bastones.
Acaba la naturaleza, entramos en el pueblo y según toco asfalto me pongo a correr a ritmo de 5k, o eso sentí yo. Volando y con una sonrisa más grande que mis ojeras, entre a la recta final, crucé el arco y grite con todas mis fuerzas. Alcé los bastones al aire como si de William Wallace se tratase. Una felicidad inmensa invadió mi cuerpo. Ya no notaba nada de fatiga. Se había esfumado.
Contento, muy contento
Al final la aventura ha durado 122 horas. Muchos altibajos mentales, paralelos al recorrido que íbamos haciendo. Siendo sinceros, creo que he sufrido más que disfrutado pero como siempre nos pasa en estas situaciones, una vez conseguido, todo compensa.
Es increíble el poder de superación que tiene la mente y cuerpo humano. Antes de la carrera no era consciente de donde me metía. Durante toda la carrera, mi pensamiento constante era que no lo iba a conseguir. Al final de la carrera pienso que puedo con esto y mucho más. ¡Podemos hacer lo que nos propongamos! Solo hace falta pasión y RASMIA.
Como colofón final vamos a dar los PREMIOS DE LA ACADEMIA:
Mejor Refugio: Refugio de Barma
Mejor Avituallamiento: La señora Antonia en el Lago Chiaro
Esta historia tiene su comienzo en la Navidad del 2021. Estábamos charlando animadamente sobre mis aventuras deportivas y mi cuñado puso sobre la mesa la siguiente propuesta: - A ti que te gustan los retos locos ¿Por qué no vas corriendo hasta tu pueblo? -. Así surgió la VINUESADA.
2 años después se hacía realidad. Buscamos la fecha ideal y creamos el mejor recorrido posible. Ya estábamos listos. Por delante me esperaban 188 kilómetros a cubrir en unas 27 horas.
Salí a las 8 de la mañana desde mi propia casa, en Zaragoza. A estas horas el día ya era caluroso. Nos esperaba una jornada muy exigente. Tardé casi 8 kilómetros hasta que salí del bullicio de la ciudad y alcancé la ribera del canal, cruzando el polígono Plaza y aeropuerto.. Los minutos pasaban rápidos y amenos. Es curioso lo que me entretengo yo solo. Disfruto mucho de la soledad mientras corro. Además, como en el Camino de Santiago, voy encontrándome frutales por el camino con los que poder avituallarme.
En el kilómetro 30 llego a Bárboles, las temperaturas son muy altas y me sumerjo debajo de una fuente. Hago un video para las redes sociales y enseguida prosigo el camino. Aún estoy fresco. No quiero parar demasiado.
El siguiente tramo consta de 22 kilómetros hasta la localidad de Pozuelo de Aragón. Sin duda, esta fue la peor parte. Deambulábamos por tierras áridas, sin ninguna sombra y solo acompañado por gigantes molinos de viento. El calor era sofocante. Intentaba correr pero enseguida me subían las pulsaciones y tenía que parar. Un golpe de calor estaba rondando en el ambiente. Paraba cuidado con el agua. Intentaba dosificarla pero estaba siendo agotador. Por fin divisé las casas y desesperado, me arrastré hasta la fuente más próxima. Me dolía la cabeza. No tenía fuerzas. Mis padres estaban esperándome como refuerzo y al verme, su preocupación fue máxima. Abandonar hubiera sido la opción más lógica....¡NO PARA MI!
A puntito de caramelo...
Bajo la atónita mirada de mi madre, me puse en pie y proseguí la ruta. Lo que me consolaba era que solo me separaban 10 kilómetros hasta mi próximo avituallamiento. Ni aún así conseguí llegar. Al pasar por Bureta vi otra fuente y me abracé a ella como el oso a la miel. Inmerso en un limbo mental, un gritó me despertó. Era mi amigo Iván. Había venido a ver si estaba vivo. ¡Por los pelos no lo consigue!
Su presencia me anima a seguir y llegar a Ainzón. A estas alturas, llevo 2 horas de retraso. Junto a mis padres decidimos hacer una ingesta solida. Macarrones y sandía. ¡Que gran acierto! Creo que había llegado con la reserva puesta. Con energías renovadas, vuelvo a correr. Ahora tengo 8 kilómetros por un sendero muy agradable hasta llegar a Bulbuente. Alejarme de la carretera también ayuda a mi mente.
En esta localidad se me antoja una bebida energética. Medio litro que bebo como si fuera un chupito. El subidón es ipso facto y acelero el ritmo. Estoy corriendo hasta cuesta arriba. Quien me ha visto y quien me ve. Hace 2 horas estaba arrastrándome y ahora me siento fresco como una lechuga. El cuerpo humano es tan peculiar...
Nos adentrábamos en la zona del Moncayo. Los repechos son constantes. En este tramo íbamos a hacer casi la totalidad del desnivel acumulado. Menos mal que me pilló con fuerzas. A 5 kilómetros de San Martín me estaba esperando Iván con la bici. Iba a llevarme por un trayecto más asequible y yo que lo agradecí. Al llegar al pueblo me estaba esperando mi familia al completo. El animo es otro. Lo decido celebrar con una jarra de cerveza. ¡Que me quiten lo bailado! Hemos llegado al ecuador de la carrera y eso ya es un logro en sí.
La soledad...
Se está haciendo de noche. Toca ponerse el frontal y otro compañero, Diego, va a hacerme de liebre unos 4 kilómetros. Vamos a coger un atajo atravesando el monte. ¡Como disfruto de un poco de senda! Me deja en una pista dirección Aldehuela, dándome unas indicaciones para desembocar en Fuentes de Agreda.
Cuando llego ya es noche cerrada, un pequeño avituallamiento y seguimos. Tengo que aprovechar el hype. Nos vamos acercando a Matalebreras guiados por las llamativas luces de neón que iluminan su entrada. ¿Qué serán...😉? Este punto del camino es muy importante. Dispongo de una casa. Me ducho, cambio de ropa y vuelvo a comer hidratos. Son las 2 de la madrugada y emprendo el viaje bajo la triste mirada de mi madre. Posteriormente me enteré que lloró a mi partida- ¡No te preocupes, tu mejor que nadie sabes lo bien que me desenvuelvo en la noche!
Estamos en tierras sorianas, eso se nota. Me pongo térmica y corta vientos. Llegados a este punto, le pasan el testigo de asistente a mi chica. Cada 2 horas me llamará para cerciorarse que estoy en pie y entretenerme. También me han puesto un seguimiento GPS por Google para tenerme vigilado en todo momento.
Lo que no quieren ver es que a mi la noche me encanta. Disfruto de cada paso. Es cuando llevo un ritmo más rápido. Físicamente me encuentro perfecto. Por otro lado, también tengo que luchar contra el sueño. Cuando la carretera se inclina, tengo que andar. Noto que me voy quedando dormido mientras avanzo. Solo se me pasa si empiezo a correr. Una lucha constante contra Morfeo. Otra de las curiosidades de la noche son la cantidad de ruidos que te acompañan. Constantemente estoy despertando animales a mi paso y su posterior espantada. A mi también me asusta pero la sensación se asemeja a cuando estás viendo una película de terror. Pasas miedo pero te gusta. Yo salgo corriendo al oír un ruido pero disfruto con ello.
La familia. Fundamental
El Espino, Suellacabras, Narros. Voy pasando bonitos pero fantasmales pueblos. En mi divagar mental, pienso que en cualquier momento me voy a cruzar con una localidad en fiestas pero no tuve esa suerte.
Se hacen las 6 de la mañana mientras nos acercábamos a Almajano. Con el amanecer, al fin pongo cara a mis acompañantes nocturnos. Los corzos inundan los campos repletos de amapolas. A la altura de Renieblas me espera mi cuñado con el desayuno. Bebida energética y bocadillo de fuet. Patricia, mi nutricionista, estará orgullosa.
Estamos en Garray. Llevamos ya 156 kilómetros y uno de los mejores momentos del recorrido. ¡Veo el primer cartel de VINUESA! Mi sueño está cada vez más cerca.
Que poco dura la alegría en casa del pobre. Mi felicidad se vio truncada en cuanto empecé a correr por la carretera que me llevaba a Hinojosa. Una interminable recta acompañada de un calor sofocante. Solo la sombra de las marquesinas ofrecían un pequeño alivio. Cuando conseguí llegar casi me da una sobrehidratación en la fuente.
Solo me quedaba el escollo de Vilviestre y tras un bonito sendero entre pinos, aparecí en la presa del embalse de la Cuerda del Pozo. Ahí me esperaban mi prima Julia, José, Victor y Roque que me acompañarían andando los últimos 8 kilómetros. Aunque iba bien escoltado, esta parte se me hizo bola. Cuanto más cerca ves el objetivo, más se suele atragantar. Tan cerca y tan lejos a la vez.
A la altura del polígono empecé a ver las primeras pancartas de animo y seguidamente el aplauso de los primeros vecinos. Con ellos estaban mis familiares y...¡SORPRESA! Mi chica. Había venido de extranjis. Que ilusión. Esto si que no me lo esperaba. Me cambio de camiseta y me aseo un poco. He preparado un vermú en la plaza con mis amigos y no quiero ahuyentarles con mi olor a tigre.
Me dirijo hacia allí y cuando me meto en la calle principal ya empiezan los vítores por parte de los vecinos que me voy cruzando. Me animan a que vaya corriendo. Espoleado por sus palabras, acelero el ritmo y empiezo a escuchar música. - ¡Que raro! ¿Qué será? -. me pregunto. Al afrontar la subida a la plaza diviso un cartel gigante a lo lejos. Empiezo a leer: E...L...G...A...R....¡El Garibol! Es mi peña, junto a la charanga y muchos vecinos. Mis amigos con camisetas conmemorativas y todos aplaudiendo fervorosamente.
Mi otra familia
Estoy estupefacto. No creo lo que estoy viendo. Como un animal desorientado cruzo un...¡ARCO DE META! y ahí me está esperando mi prima. Flores, fotos, abrazos, una placa conmemorativa del ayuntamiento, regalos, un manteo a lo ganador...Es un sueño. Todo el pueblo unido y esperándome a mi. No doy crédito. Acierto seguro si digo que es uno de los días más bonitos de mi vida.
Lo he conseguido. Después de 29 horas y 191 kilómetros, he llegado a mi pueblo corriendo. Todo sufrimiento ha merecido la pena después del recibimiento con el que me han obsequiado. La frase quien tiene un pueblo, tiene un tesoro tiene mucha más relevancia cuando se habla de VINUESA.
¡Inolvidable!
Gracias a todos. Familiares, peña el Garibol, los niños del colegio que ya los considero mis pequeños atletas, amigos y todos aquellos que me acompañaron en este reto. Recalcar sobre todo el trabajo impecable de mi familia que me han ayudado a lo largo de todo el recorrido y que pese a estar "acojonados", no han dejado de apoyarme. A mi novia que hizo un gran esfuerzo para escaparse a verme y ver en sus propios ojos el amor eterno que siento por VINUESA.
Por último nombrar a 2 de las personas más importantes de mi vida. Mis tíos. Me da mucha rabia que mi tío Adolfo no haya podido disfrutar de este momento y llorar conmigo a moco tendido pero estoy seguro que estaría super orgulloso. ¡Hoy este reto también va por ti!
Como es tradición desde hace ya 3 años, me gusta acabar la temporada de asfalto en el norte de la península y a lo grande. Para poner el broche final a unos meses increíbles, vuelvo a participar en "100km en ruta de Santander".
Ha sido un principio de 2023 muy positivo en cuanto a rendimiento. Pese a no cumplir el objetivo en la "Maratón de Zaragoza", si realicé mejor marca personal. Además, tras varios intentos fallidos, al fin conseguí el récord de Aragón en ultrafondo en la modalidad de 24 horas. Con este bagaje llegaba a tierras Cántabras: Sin ninguna presión pero con ganas de redondear un año fantástico.
Mi objetivo es intentar batir mi propia marca (07:33:56). Ya que tengo que desplazarme tan lejos, que el viaje no quede en balde. Como dice la famosa frase de Cruz y Raya: -¡Si hay que ir se va, pero ir pa ná es tontería! -. También es verdad que después de la competición de Ciudad Real, me he desinflado. El alcanzar el récord en las 24 horas me supuso tanto estrés, que una vez conseguido, mi motivación bajó. He seguido entrenando pero tengo dudas. No estoy seguro si me alcanzará...
Llegando a Santander nos estaba recibiendo un sol radiante. Según las predicciones, todo iba a cambiar al día siguiente: Cielos cubiertos y lluvia a lo largo de toda la jornada. No se que prefiero. Cuando vas a estar corriendo 8 horas, todo te viene igual de mal.
Este año, la competición no acoge el Campeonato de España por lo que la participación es menor. Además, no vienen grandes nombres como otros años pero que eso no quite merito ni compromiso a los que nos ponemos en la línea de salida. Es posible que no se vean grandes marcas pero podéis estar seguros que vamos a ponerle más ganas aún e intentar dar todo el espectáculo que nuestro cuerpo nos deje.
Se da comienzo a la prueba y como siempre, los de la modalidad de 50km salen disparados. Mi estrategia de carrera es subir un poco el ritmo medio con respecto a otros años. Voy a intentar rodar a 4:25. En esta disciplina siempre es complicado las primeras horas de carrera. Te encuentras muy cómodo físicamente y eso te da pie a querer ir más rápido pero.....¡ERROR! Más vale que te pares a pensar un poco y recapacites. "Es mejor prevenir que curar". Este dicho llega a su máxima expresión en días como hoy.
Yo, como soy más simple que el mecanismo de una cuchara, hago caso omiso de las líneas rojas del Ultrafondo. Sin querer hacerlo, voy rodando en 4:20. -¡5 segundos más rápido no son nada! - Me digo mientras voy acumulando kilómetros. A mi favor, he de decir que iba en segunda posición y eso siempre es un aliciente irrefrenable.
Al llegar a los 30 kilómetros las sensaciones no eran tan buenas y el sol caía con fuerza sobre el parque de las Llamas. Otro gran acierto de la Agencia Estatal de Meteorología. Mi hidratación era la planificada y en una parte del recorrido teníamos esponjas para refrescarnos. Aún así, no conseguía plantar batalla al calor. Me estaba ganando con suma facilidad.
En el kilómetro 40 las piernas ya iban tiesas, aún así seguía manteniendo el ritmo. Siempre espoleado por mi puesto en la clasificación. Deseaba orinar pero lo intentaba alargar lo máximo posible. Como si de una estrategia de Formula 1 se tratase, no quería entrar aún en boxes. Las alarmas se encendieron y tuve que parar en el 42. Vi que era un número muy apropiado en esto del atletismo. Un número místico que me iba a proporcionar energías renovadas...
¡Vaya por dios! No acerté. Una vez retomé la carrera, las sensaciones ya no eran las mismas. Seguía en los ritmos previstos pero me sentía más pesado e incomodo. Las altas temperaturas no ayudaban. Al pasar por el avituallamiento ya alerté a mis padres de mi situación. Quería por lo menos llegar a hacer 50 kilómetros. Una vez entró este pensamiento en mi cabeza, no hubo marcha atrás. Se apoderó de mi mente y ésta lo transfirió al cuerpo. Fui menguando la velocidad hasta el punto de parar y andar. Me adelantaron tanto el tercer clasificado como mi amigo Javi Lozano. Me animó a seguir pero la decisión ya estaba tomada. En cuanto entras en bucle negativo, yo creo que es casi imposible remontar. O por lo menos, no he aprendido a hacerlo.
Al volver a pasar por meta decidí tirar la toalla. Mi combate había finalizado. En cuanto vi que los ritmos bajaban y mi objetivo se tornaba imposible, opté por la retirada. Me quedaban aún 50 kilómetros por delante. No veía necesario cargar con un esfuerzo extra al cuerpo siendo que no iba a poder conseguir mis propósitos.
¡Derrotado!
Además, en 6 días tengo un reto personal con el que estoy muy ilusionado. Voy a ir corriendo desde mi ciudad a mi amado pueblo. De Zaragoza a Vinuesa. O lo que es lo mismo: 188 kilómetros. Viendo que ya era imposible conseguir el récord que buscaba en Santander, lo mejor era guardar fuerzas. ¿Igual es una excusa que me autoimpongo para enmascarar el fracaso? No lo sé, el poder de la mente es muy curioso.
Al finalizar la prueba, Javi, que es perro viejo en estas lides, me comentó que debía de haber intentado acabar. Hubiera sido un pulso a la fuerza mental. Aunque no hubiera ganado la carrera, la victoria la habría conseguido conmigo mismo. Igual tiene razón. De todo se aprende y a mi me queda mucho camino por recorrer en esta disciplina. Prometo ser buen alumno. ¿Lo conseguiré?
Como si de un déjà vu se tratase y pese a decir la típica frase "Aquí no vuelvo", otra vez estaba enfrascado de lleno en un festival y no de música precisamente. Volvíamos a repetir en el Ultrafondo, en las 24 horas en pista de Ciudad Real.
Es una situación contradictoria. Es la disciplina que más me ha exigido física y mentalmente. En el aspecto corporal, nunca he sentido un dolor así al acabar la prueba y en cuanto a la cabeza, es una autentica tortura. Pese a todo....¡ME ENCANTA!
Además, seguía con una espinita clavada. Mi objetivo principal siempre ha sido intentar conseguir el récord de Aragón. En las 3 competiciones anteriores he vivido una continua evolución. Desde el desastre de mi estreno hasta quedarme a las puertas en Can Dragó. Esta última, precisamente, me hizo darme cuenta que lo podía conseguir. Esperemos que a la cuarta sea la vencida.
Amanece el día de la carrera con un sol radiante. Que inicie a las 12 del mediodía, no da pie a aprovechar el "fresquito de la mañana". Aquí no nos andamos con rodeos. Venimos a sufrir desde el inicio.
Somos pocos los atletas que participamos, unos 30. Personalmente, lo prefiero así. El ambiente se hace más cercano tanto entre los corredores como con los acompañantes y la organización. Somos una GRAN pequeña familia.
La Gran familia del ULTRAFONDO
Mi estrategia al principio será hacer unos 12 kilómetros a la hora. Ir acumulando la primera parte de la carrera para tener la despensa llena cuando lleguen las horas cruciales. Ser una buena hormiguita. Más tarde, por cada media hora corriendo, daré una vuelta andando a la pista. Luego haré lo que me dé la gana pero así parece que lo tengo todo controlado.
Iban pasando las horas y todo marchaba a la perfección. El peor enemigo era el calor. Solución: Mucha hidratación por dentro y fuera y bajar un poco el ritmo. No obstante, las temperaturas eran más benévolas de lo que nos esperábamos. Ra estaba teniendo compasión de nosotros.
Eran las 10 de la noche y nos acercábamos a los 100 kilómetros y con ello, una merecida recompensa. Al llegar a la centena siempre me auto regalo una ducha. Reponer energías y cambiar de ropa. Me han comentado que haciéndolo, pierdo mucho tiempo. Decido cronometrarme al más puro estilo Formula 1. En total, 13 minutos. Estoy sin sumar vueltas un tiempo pero como me dijo mi compañera Elena, luego las gano. Regreso con la barrita llena de energía y acelero el ritmo. ¡Empieza una partida nueva!
Llega la medianoche. Llega el ecuador de la carrera. Llega el momento crucial. Llega...¿el qué?...La hora de la verdad. En anteriores ediciones, al llegar las 12, mi mente colapsaba. El caos se adueñaba de mi y acababa retirándome. Afortunadamente, encontré la solución en Can Dragó.
"Este es un evento patrocinado por Spotify"
La música fue mi salvadora. Procedo a poner los cascos en mis oídos, me sumerjo en la melodía y consigo abstraerme de todo. La misión en estos momentos es no pensar. "Jahsta" y "la Pegatina" son los fieles compañeros. 3 horas que pasan sin apenas enterarme pero al final todo cansa, apago el móvil y vuelvo a la realidad de la competición.
Concentración...
Ya llevamos 15 horas de carrera. Es el momento de hablar de otra pieza clave. Yo diría que la más importante: LOS ACOMPAÑANTES. Cuando tu mente ya no encuentra ninguna solución, es fundamental alguien que consiga animarte y hacer ver todo lo positivo de la situación. En mi caso fue mi chica. Ella se encargó de llevarme por el buen camino. Evitaba que cayera en los peligros de una mala alimentación en forma de helado. Hacia cuentas imposibles para saber las vueltas necesarias que debía dar a la hora. Si se me antojaba un caldo, me quitaba la tontería de la cabeza. Incluso cuando llegaban las 5 de la mañana, me mandó a dormir. Sabíamos por experiencia que es una táctica que me viene muy bien. Desconectar un poco las piernas provoca que vuelva a retomar ritmos perdidos. Pese a mi reticencia a abandonar la pista, al final accedí a descansar 30 minutos. A estas alturas, había conseguido ponerme segundo en la clasificación pero era hora de mantener la cabeza fría. Mi objetivo era el récord de Aragón.
También tuvimos mucha suerte con nuestros compañeros de avituallamiento. Nos juntamos en las mismas mesas 8 auténticos personajes. Sin duda, esta experiencia no hubiera sido lo mismo sin Fran, David, Noemí, Pablo, Elena y su marido. Los que estamos en pista tenemos nuestro mérito pero los que se mantienen a nuestro lado, aguantándonos, es para quitarse el sombrero. ¡GRACIAS!
Después de un merecido descanso, volví más activo pero la alegría duró poco. Cuando quedaban 5 horas de competición comenzó mi vía crucis personal. Todo lo veía negro. Las cuentas no me salían y solo quería tirar la toalla. Ya me daba igual el récord. Aquí apareció mi novia. Se puso el traje de "poli mala" y empezó con su peculiar manera de convicción. Y tanto que lo consiguió. A base de represalias y amenazas amistosas, hizo resurgir otra vez mi vena luchadora. He de reconocer que me llegué a enfadar por no dejarme parar pero acaté sus ordenes sin rechistar porque en el fondo, sabía que era lo correcto.
Así, con la energía renovada, aderezada con los primeros rayos de sol, Tricas se vino arriba. Me estrategia era correr 5 kilómetros seguidos y descansar una vuelta. Pequeños objetivos para dinamizar cuerpo y mente.
Los diferentes cambios de estado de los atletas a lo largo de la noche, hizo que llegáramos a la parte final de la competición los 4 primeros clasificados bastante igualados. Entre nosotros nos llevábamos una distancia considerable pero resultaba gracioso. Si yo me ponía a correr, el que iba segundo tenía que acelerar también por miedo a que le alcanzara e inevitablemente, hacíamos no confiarse al primero. Yo solo quería conseguir mi objetivo lo antes posible, la clasificación era algo secundario. No para Fran y Kiko, que les puse en jaque. No dejé que se relajaran en ningún momento. Ya lo siento, no era mi intención pero hay que reconocer que dimos un buen espectáculo.
En esta disciplina la estrategia es fundamental para luchar por la victoria. Descansar cuando ves que lo hace tu oponente. Cambios de ritmo. Intentar convencer a tur rivales para andar. Buscar aliados. Es algo increíblemente divertido. Todo esto mientras yo iba a fuego, incluso más rápido que las primeras horas.
Me di cuenta que lo iba a conseguir cuando me quedaban 15 kilómetros pero seguí apretando lo máximo posible. Tengo el recuerdo de Can dragó. Mi lucha contra el crono hasta el último minuto y no quería pasar por lo mismo. Cuando quedaban 40 minutos, solo me separaban escasos metros del récord. Con los organizadores volcados con mi objetivo, a ritmo de megafonía, me acompañaron en la consecución del logro. Toda la pista aplaudiéndome. Fue algo inolvidable, una alegría indescriptible. Era imposible eliminar la felicidad de mi cara. Según Noemí, no había dejado de sonreír durante las 24 horas pero ahora había llegado a mi clímax. Y digo yo: -¡Como no voy a sonreír si estoy haciendo lo que me gusta!-.
En cuanto lo conseguí, mi cuerpo dijo basta. Ya no podía dar una zancada más. El resto del tiempo andando hasta completar 208 kilómetros. ¡LO CONSEGUÍ! Tantos intentos fallidos y kilómetros acumulados han merecido la pena. Todo trabajo tiene su recompensa. Si eres resiliente, al final tus objetivos se cumplen. Ahora toca disfrutar y buscar nuevos retos....¡Que peligro!
Ya está aquí. Por fin llegó el gran día. Todo maratoniano está esperando ansioso este momento. Después de 14 semanas de intenso entrenamiento, es la hora de plasmarlo en el asfalto. ¿Habrá merecido la pena tanto esfuerzo? Lo descubriré en la XVI Maratón de Zaragoza...
El día anterior a la competición no era nada esperanzador. Al ir a la feria del corredor el viento era bastante intenso, llegando a rachas de 80 km/h. Para más inri, cuando fui a recoger el dorsal vi que no estaba en la lista del Campeonato de España. Se lo hice saber al organizador y me dio la razón: -¡Es que eres muy tonto! -. Evidentemente no me dijo esto pero me lo merecía. Me había inscrito de manera incorrecta pese a tener la mínima. No podré competir en el campeonato pero el premio al distraído del día me lo llevo seguro.
Pasada la tristeza inicial, nada había cambiado. Me presenté a la línea de salida con la ilusión intacta. Por no cambiar...ni el viento. Ahí seguía, eso si, un poco más calmado que ayer.
Habíamos entrenado para intentar hacer 2:36 pero el cierzo hacía debatirme sobre que estrategia llevar. Mis compañeros iban a ser más conservadores. Yo lo decidiré por el camino...
Salimos y ya en los primeros metros me junto con el grupo de Irene Pelayo, la gran favorita. Intuyo que puede ser un buen ritmo. Saco el gadgeto oído y escucho que va a intentar 2:32. -¡Oh, oh! ¡Me bajo de este barco! -. me dije a mi mismo.
Tengo más groupies que los Rolling Stones
Mientras sigo buscando compañeros de viaje, el ritmo es bastante alto pero yo me encuentro bien. Acabamos de empezar y las sensaciones son perfectas. Camino del barrio la Almozara formamos un grupo de 3 personas. Siempre es mejor correr acompañado aunque yo casi nunca lo consiga.
Como si de una premonición se tratase, al pasar por la Expo mi mente decidió que era mejor avanzar en solitario. Aceleré y me quedé solo. Esta iba a ser la tónica a lo largo de casi toda la mañana. Emulando a los magos: - ¡Nada por aquí, nada por allá! -. Así me sentía yo. Ningún atleta en el horizonte, mirase por donde mirase.
Por suerte, mi compañía era el público. No hay nada como correr en casa. En cualquier punto te encontrabas con caras conocidas alentándote para que no bajaras el ritmo, sobre todo mi familia. Todos los rincones en los que se ubicaban, automáticamente se convertían en una fiesta. Un gran bullicio con el que reponer energía mental y olvidarte del sufrimiento, al menos durante unos metros.
Nos acercábamos al kilómetro 30 y sabía que empezaba la peor parte del recorrido. Mis ritmos seguían altos y cerca del objetivo marcado pero ahora nos esperaba la traca final. Las rachas intensas de viento, las cuestas de San José y Paseo Cuellar, unidas con el cansancio y la soledad, formaron un cocktail difícil de digerir. Mientras daba pequeños sorbos a este destilado mental e intentando no tragar los pensamientos de abandonar, llegamos al Canal de Aragón.
Menos mal que en esta zona divisé a lo lejos la energía que me faltaba. En el kilómetro 36 se encontraba un cambio de dirección. Ahora solo nos quedaba descender hasta la meta. Es un punto estratégico de este recorrido. Sabes que una vez que llegues a esa esperada curva, está todo el trabajo hecho. Además, si has conseguido llegar con algo de fuerzas, los últimos kilómetros los vas incluso hasta poder disfrutar.
Mi motor ya bastante fatigado aún le quedaba un cartucho de turbo por gastar. Empecé a dar rienda suelta a mis piernas y cambiar la cara de "haber mordido un limón" por una amplia sonrisa. Fui adelantando algunos compañeros que no gestionaron tan bien sus fuerzas y eso aún me reforzaba más. Mientras disfrutaba de los últimos kilómetros me hacía mi propio autocuestionario. ¿Ha salido bien arriesgar desde el principio? ¿ Había tenido que correr otra maratón más benévola con el clima? ¿Tampoco estoy tan mal no?
A la jota jota...
Así llegamos a los últimos metros. La bajada por la calle Don Jaime es simplemente espectacular. Pese a estar disfrutando, aprieto los dientes hasta cruzar la meta ya que estoy consiguiendo mejor marca personal y cada segundo es un tesoro. Al final 02:38:17. Está lejos del objetivo marcado pero visto las condiciones climatológicas, solo puedo estar satisfecho. Más allá de eso, te asaltan muchas dudas. Escuchando las palabras de Kipchoge después de perder en Bostón te das cuenta de lo sacrificado que es esta disciplina. Eres feliz porque estás haciendo lo que te gusta pero es inevitable sentir rabia. Te pegas 3 meses de intenso entrenamiento para que el día clave salga mal, ya sea físicamente como a él o que el viento sea tu hándicap.
Los días después de la competición siguen viniendo preguntas a tu mente, la más repetida es si debo aprovechar los entrenamientos y mi estado de forma participando en otra Maratón o ya pasamos pagina y lo dejamos para la próxima temporada. ¿VOSOTROS QUE PENSÁIS?
Llevamos desde que arrancó el año enfrascados en una nueva preparación deportiva. Toda mi atención y entrenamientos están enfocados en la Maratón de Zaragoza que se celebra el día 16 de abril. En medio de esta vorágine de kilómetros, estaba la oportunidad de testar nuestro estado de forma en otra competición. La hermana pequeña. La Media Maratón de la capital maña.
Con el paso de los años he ido perdiendo el interés por este tipo de distancias. Prefiero hacer la sesión de entrenamiento por mi cuenta. La típica tirada larga de los sábados por el parque pero siendo realistas, en una competición siempre te vas a exigir más. Y no os voy a engañar, también me picaba ya el gusanillo de volver a ponerme un dorsal.
Cuando Fernando, mi entrenador, me propuso el tiempo que tenía que marcar, mi primera reacción fue de sorpresa. Me parecieron unos ritmos muy altos. No se yo si mis piernas están preparadas para tanto ajetreo. El crono lo tenía que parar en 1:16. Con amenaza incluida para que no fuera más rápido. - ¡Puedes estar tranquilo, eso no va a pasar! - Pensé para mis adentros.
Los entrenamientos los estoy llevando muy bien. Como ya llevaba bastante volumen de kilómetros con la preparación de las "24 horas Ultrafondo en pista de Barcelona", esta vez optamos por hacer más hincapié en series cortas. Me veo más rápido pero.... ¿Tanto?
La mañana amaneció en calma y soleada, parecía un día perfecto para disfrutar del recorrido. Cuando ya se acercaba la hora de la salida, el viento empezó a hacer acto de presencia. ¡Cómo no! Es el habitante más ilustre de Zaragoza.
A las 9 empezó la carrera. 3500 participantes con ganas de pasarlo bien. Como era de esperar, la salida es fulgurante. Los 2 primeros kilómetros son propicios para coger un buen ritmo. Recta larga, giro a la derecha para cruzar el Ebro y descender, poniendo el motor a mil revoluciones. A estas alturas estábamos marcando ritmos de 3:30. Intento estabilizarme en algún grupo pero es imposible. No hay ninguno a mi gusto. Soy un corredor solitario....
Al volver a cruzar el Ebro me encuentro al gran Mariano Navascués con micro en mano animándome. Sus palabras son un azote para mis piernas y prosigo mi camino confiado de mi mismo. Hay un pequeño grupo delante de mi. Lo observo con añoranza y anhelo pero por más que lo intento, no consigo atraparlo. Sería una gran ayuda poder enlazar con ellos pero en este deporte, 10 metros son una eternidad.
En el kilómetro 9 empiezo a notar las piernas más cansadas. Aquí es cuando las preguntas invaden tu mente. ¿No estaré yendo muy rápido? ¿ De verdad estoy preparado para estos ritmos? Decido combatir mi colapso mental a base de azucares concentrados. Ingiero un gel lo más dignamente posible y a volver a carburar.
En el kilómetro 13 y cuando íbamos a cruzar el puente de Piedra, apareció el Mr. Bean que todos llevamos dentro. Una ráfaga de aire hace que casi salga volando mi dorsal. En el intento de evitarlo, me torcí el pie con un adoquín. Un par de segundos muy intensos que se quedaron en anécdota. Una vez recuperados mis ligamentos junto a mi dignidad, crucé el Ebro por enésima vez.
¡Que dos monumentos!
A partir de aquí ya era una lucha contra mis fuerzas. Los kilómetros empezaban a descontar y solo era cuestión de aguantar. El viento ya empezaba a ser un serio problema. Mi único antídoto era apretar los dientes y echarle pitera. El posible grupo en el que poderme resguardar seguía a esos fatídicos 10 metros. Lo peor de todo son los ánimos del público: ¡Venga, que los tienes al lado! ¡Aprieta! Pero nada, no había manera.
Mientras nos acercábamos al kilómetro 17, el recorrido nos iba llevando hacia el puente del Tercer Cinturón. Pensaba - No puede ser cierto, no quiero ir allí -. Era un destino inevitable. En cuestión de segundos me encontraba en mitad de la cuesta. Esto no habría ocurrido si me hubiera mirado el circuito antes de la carrera.
Solo faltaba el tramo final. Los tiempos de paso ya habían caído, no podía cumplir el objetivo marcado así que solo quedaba acabar lo mejor posible. El grupo delantero se empezó a descomponer y me fui acercando. ¡A buenas horas mangas verdes! En el último kilómetro, aprovechando el terreno favorable y las interminable series de 100, 200 y 150 que he estado haciendo estas semanas, hice un acelerón final para adelantar a un puñado de corredores y cruzar la meta más exhausto que el mecánico de los Transformers.
El resultado final ha sido 2 minutos peor que lo planeado. Las sensaciones en carrera han sido buenas pero evidentemente, cuando no se consigue algo, no se puede estar contento. Lo positivo de todo esto es que aún queda un mes para el principal objetivo. Seguiremos puliendo este patito feo hasta convertirlo en cisne. Nos vemos en un mes...