Hoy tampoco madrugo demasiado. La etapa es bastante más corta que las anteriores. Abro el ojo y soy el único en la habitación. No me he enterado de nada. Buena señal. Quiere decir que he descansado como un bebé.
Me tomo un café en el bar del albergue. El problema de los pueblos pequeños es que no hay supermercado. Tienes que tenerlo en cuenta para llevar la comida con antelación si quieres gestionártelo tu mismo. Sino, tendrás que tirar de bares o restaurantes.
Salgo bien animado. Ponía en la ruta que era subida pero apenas la noto. Lo que si va haciendo acto de presencia es la lluvia. De momento es testimonial, no molesta.
Sin enterarme, llego al punto más alto del Camino del Norte. 770 metros. Lo sé porque lo leí y lo intuyo pero no hay ninguna mención especifica. ¡Que costaba poner algo! Un mojón aunque sea...
Llego a Cabana y la lluvia arrecia. Decido ponerme el chubasquero pero enseguida para. Me parece un agobio esta prenda. Es muy molesta. He perdido más tiempo en ponerlo y guardarlo que en llevarlo encima.
No me canso de los bosques gallegos |
En Sobrado dos Monxes paro a tomar una cerveza y están los ciclistas. Me dicen: -¡Mira que intentamos ganarte pero no hay manera! -. En esta localidad tienes el Monasterio Cisterciense donde puedes comprar sus famosos dulces de leche. Yo lo dejo para otra ocasión. No maridan bien con la cerveza.
Salimos con energías renovadas, disfrutando de la ausencia del sol y la mini lluvia. No todo iba a ser tan idílico. En Boimorto empieza a llover intensamente. Cuando voy chorreando, resignado, decido ponerme otra vez el chubasquero. No tengo más remedio. Cruzo andando casi el kilómetro de calle principal que tiene la localidad. Voy calado pero lo importante es que no tengo frío.
En cuanto para de llover, chubasquero fuera. Además, se vislumbra sol. ¡Al final veremos un arcoíris y todo! Lo único que pido es que mañana no me pase factura ir tanto tiempo empapado.
Al final llego a Arzúa. Esta localidad ya la conozco de anteriores caminos. Es la confluencia de muchos de ellos. Aquí ya se nota otra aurea diferente. La soledad del Camino del Norte se choca de bruces con el bullicio del Francés. No hay más que ver la cantidad y tamaño de los albergues. Me hospedo en el Don Quijote y las literas son interminables.
Se que la introspección se va a acabar. La soledad va a dar paso a una especie de desfile hasta la plaza del Obradoiro. Decido celebrar mi "final particular" comiendo en el restaurante Encontro donde me doy un merecido homenaje. A partir de aquí la ruta ya la conozco. Lo voy a disfrutar igual y no va a quitar ni un ápice de emoción el llegar a Santiago. Es más, es volver a reencontrarte con rincones que habías olvidado. Otros que habrán cambiado. Otros que los recordabas de otra manera. Empieza un nuevo juego. ¡Vamos allá!
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